PRIMOS INTIMOS
Cada mes de diciembre, en las vísperas de fiestas, yo era forzado por mis padres a visitar la casa en la granja de mis abuelos en medio de la nada, odiaba estar ahí, sin señal en el celular o alguna actividad que fuera mínimamente entretenida, además de que era un aburrido infierno escuchar a los tíos contar chismes e historias inventadas por horas frente a una fogata.
Podían decirme muchas cosas, cosas positivas sobre pasar tiempo con la familia, pero la realidad era que no me llevaba bien con nadie, no tenía a ningún primo con el que pudiera destacar una relación estrecha o algún tío con el que mantuviera lazos cercanos, pero muy a pesar de todo eso, había una razón por la que no me quedaba en casa emberrinchado, y por la cual me forzaba a sonreír frente a todos con los ojos irritados ante el calor de la fogata.
La familia aparentaba ser tan unida como ninguna otra, llena de amor y confianza, pero la realidad triste es que todos eran indiferentes entre ellos, no existía nada más que competencia y envidias, personas prepotentes y arrogantes unidas solo por sangre y por una herencia que posiblemente era lo único por lo cual se hablaban todavía. Pero no estaba ahí por ellos, en realidad, estaba ahí por algo mucho más pecaminoso que lo que mis tíos hacían en la sala de billar, más morboso que lo que el abuelo ocultaba en los cajones de su alcoba, sí, yo estaba ahí por mi adorado y candente primo, Martín.
De entre todos, él era el único al que podía rescatar algo decente, su físico era tal vez la única razón por la que me atraía, pues su personalidad era nefasta en todos los aspectos, pero había sacado buen provecho de la genética familiar y explotó su cuerpo en músculos, aquellos brazos enormes y definidos me ponían tan mojado y erecto como nadie más, su enorme cuerpo voluptuoso por todos esos músculos y ese vello corporal que forraba su piel de pies a cabeza, todo me encantaba.
Martín era mi fantasía, mi atracción culposa y prohibida, y es que desde que mi pubertad inició todo lo que pensaba por las noches solitarias era en su cuerpo, cuando él me dejaba sentarme en sus piernas creyéndome inocente, sentir aquel enorme bulto duro bajo mis nalgas, deseando ser follado sin culpa y miedo por aquel delicioso hombre. Recientemente me había armado de valor para comenzar un detallado plan de seducción, Martín era heterosexual, pero no había cosa más excitante para un hombre que un enorme culo como el que me había hecho con meses y meses de ejercicios intensos. Me había vuelto más cercano a él en los últimos días, conversábamos sobre sus temas preferidos en la sala de estar y yo acariciaba su pecho con indecencia cuando él me lo permitía, acercaba mis labios a lo suyos cuando el silencio nos consumía y miraba su entrepierna cuando él miraba mi culo sin ningún tipo de vergüenza.
Ambos estábamos en un punto sin retorno, él no sabía bien lo que pasaba, pero yo sí, todo estaba planeado y pensado para que al final del día tuviera su enorme polla jugosa metida en mi recto.
Desde muy temprano de aquel día, me levanté y me dirigí a su habitación para conversar un rato, pero no pasamos mucho tiempo pensando en futbol o en videojuegos, de hecho, él decidió mostrarme algunos de sus videos para adultos preferidos, confiado en mí, enseñándome justo aquellas posiciones eróticas que más le excitaban, la forma de gemir y los movimientos que adoraba el hombre en aquellos videos, pretendía hacer lo mismo que la chica hacía en ellos, pretendía ser lo que él quisiera que fuera solo con el fin de ser follado por él. Ambos habíamos acordado vernos en su habitación a la hora de la fogata, para continuar con los videos y pajearnos un rato, al menos eso tenía en mente él.
Martín se levantó de la fogata unos minutos antes de que comenzaran las risas de mis tíos, lo que fue mi señal para hacerlo un tiempo después.
—Voy al baño —le dije a mi madre.
—Bueno, no tardes —aceptó ella con amabilidad.
Me levanté del tronco en el que estábamos sentados y caminé por el jardín trasero de la casa del abuelo, Martín había salido disparado a la casa y yo seguí su camino, alimentado por la emoción de ver aquella verga jugosa de cerca.
Me metí a la casa y encontré una agobiante soledad dentro, el eco de mis pasos por el pasillo buscando las escaleras se hizo muy presente, subí con lentitud las escaleras, con algo de nervios, era mi única oportunidad de que él me follara y no podía desperdiciarla por impulso.
Al subir me encontré con que la puerta de su habitación se encontraba abierta, lo suficiente para poder ver la luz de la televisión a través de ella, me paré a un lado de la puerta y me asomé para ver lo que Martín pudiera estar haciendo dentro. Lo observé con los pantalones boxers abajo, sin camiseta y sentado en la cama, con la polla erecta y masturbándose con un video porno.
Me armé de valor, me quité la ropa y la dejé caer en el pasillo, pellizqué mis nalgas enormes y lampiñas, suaves y redondas, aquellas nalgas que tanto esfuerzo me costaron y que eran todas para él. Entré a la habitación empujando mi ropa dentro y cerré la puerta con seguro.
—Ya empecé —dijo con una risita—. Vente, siéntate.
Le sonreí y me acerqué, me detuve y miré su polla, gigante, larga y gruesa, llena de venas gordas y de una glande roja y dura. Mi polla se puso tan dura que sentía las palpitaciones recorriendo todo mi abdomen, caminé más y me paré frente a él, con la mirada fija en sus ojos confundidos y con intenciones sucias.
—¿Qué haces? —me preguntó.
—No preguntes —dije.
Me di la vuelta y le mostré mis nalgas, más grandes que las de la actriz de su video, más gelatinosas que las de la del video anterior y más follables que las de ningún otro ser humano.
—Carajo —dijo con una carcajada—. Que pedo con tu culote.
—Les hace falta una buena verga, primo —le dije con picardía.
—¿Enserio? —preguntó.
—¿Por qué no te subes a la cama? —le dije.
Él no dijo nada y se recostó en la cama, me subí sobre él y me senté en su regazo, dándole la espalda y con mis nalgas alineadas a su polla erecta, me moví de arriba a abajo, masturbandolo con mi culo, provocando a sus más sucias fantasías a tomar el control de él.
Martín manoseó mis nalgas con fuerza, pellizcando mi piel y soltando piropos cochinos.
—No sé que estás haciendo —dijo.
—¿Por qué no cogemos? —le propuse gimiendo y frotando mis nalgas en su entrepierna.
—¿Quieres que te folle? —me preguntó y me soltó una fuerte nalgada —¿Me ofreces estas ricas nalgas?
—Sí, Martín, vamos a coger —le repetí con desesperación.
Él guardó silencio, siguió nalgueándome con mucha fuerza y eso solo hacía a mi excitación más sublime, gemía con exageración imitando al porno que él veía, intentando ponerlo más caliente.
—Ay primito, no pensé que tu culo fuera así de grande —dijo golpeando mi entrada con su polla —. Si lo hubiera sabido, te habría cogido desde hace mucho.
—Follame ahora, rómpeme el culo —dije con suciedad en mis palabras.
—¿Me deseas? —preguntó escupiendo en mis nalgas —. ¿Se te antoja la vergota de tu primo?
Asentí gimiendo al sentir sus dedos anchos meterse en mi entrada húmedos por su saliva.
—Gime mi nombre primito, dime cuánto te gustaría chuparme la verga.
—Martín —dije con jadeos —... déjame chupártela.
—Chúpamela primo, gánate esa cogida —dijo empujando mi espalda y despejando su pene.
Me di la vuelta y me arrastré por la cama para sostener su miembro en mis manos, era enorme y jugoso, húmedo por el semen en la punta y ancho por las venas exaltadas en el, le di unas lamidas con a una paleta y lo metí en mi boca chupando y lamiendo la punta donde podía hacerlo gemir. Sus piernas se retorcían del placer y sus jadeos varoniles me ponían el miembro cada vez más duro.
—Eso primito, te estás ganando una buena cogida —dijo riendo por el placer.
El sabor salado de su pene era delicioso en todos los más ricos sabores que probé en mi vida, su miembro era tan caliente y suave, salado y dulce al mismo tiempo, y apostaba a que sus cogidas serían igual de deliciosas como lo era el sabor en mi lengua.
Lo chupé más rápido de arriba abajo sacándole pequeños chorros de líquido preseminal, podía escucharlo gemir y disfrutar de mis felaciones, de verdad quería ganarme esa rica follada suya.
—Más primito, hazme gritar del placer —me ordenó jalando mi cabello y usando mi cabeza como satisfactor sexual.
Lamí con velocidad las partes más delicadas y propensas al placer que había detectado en su polla, húmedo y erecto era tan sencillo mamar, tan exquisito miembro que podrías chupárselo por mucho tiempo más.
Él gimió con fuerza en una lamida de mi lengua en su polla
—¡Si! —jadeó entre una risa contagiada de placer—. ¡Así!
Era suficiente escuchar eso para saber que era ahí donde su verga era más sensible al placer, con solo unas mamadas en ese lugar lo hice retorcer su espalda y hacerlo eyacular en mi boca con ese gran semen caliente llenando hasta el fondo de mi garganta. Quise saborearlo un rato más antes de tragarlo, aquello era lo más delicioso del mundo y desperdiciar el momento sería ingenuo.
—No te lo tragues —me ordenó y me apretó del cuello jalándome a su boca.
Me besó y me abrió la boca con su lengua, intercambiando su semen con nuestra saliva, el beso más caliente que había tenido en mi vida fue con él, su lengua me llegaba hasta la garganta y la fusión de su saliva con su semen era riquísima, un tipo de beso tan candente que los siguientes que di fueron como una simple caricia frente a un intenso vaivén de placer.
Él se separó un poco después de sacarme el semen de la boca para después, abrirme los labios y depositarme su lengua llena de su esencia sexual otra vez, la recibí con la lengua y la revolví por mis mejillas como enjuague.
Me la tragué pero el beso seguía teniendo ese sabor que tanto me gustaba, su lengua hacia maravillas en la boca y no podía evitar pensar en que eso podría hacérmelo en mi entrada. La sola idea de tener a mi amado primo con esa lengua larga metida en mí me ponía los pelos de punta. Martín me rodeó con sus brazos musculosos y continuó con el beso, yo podía nadar en sus músculos grandes pero no tan definidos, separé mis labios y bajé para chupar su pezón bebiendo su sabor. Me senté en sus piernas anchas y pesadas mamando sus pezones y siendo penetrado con los dedos de Martín.
—Más adentro —le pedí gimiendo sobre su pecho.
—¿Así primito? —me preguntó una vez que metió sus dedos hasta el fondo tocando mi punto de placer en grandes espasmos de placer.
—¡Sí, ahí! —gemí abrumado por lo rico que se sentía.
—Ay, primo, ya te ganaste la cogida de tu vida —dijo apretando mi trasero con ambas manos.
—Ya no me hagas esperar —le dije lamiendo su pecho velludo y absorbiendo el aroma de su cuello ancho.
Él me empujó sobre la cama fuera de sus piernas y me dio la vuelta quedando boca abajo con solo un empujón, jaló mis piernas y me puso en 4 sosteniendo mis caderas frente a su palpitante miembro duro.
—Enserio me voy a chingar todo —dijo y golpeó mis nalgas con palmadas y embarrando su polla húmeda con excitación.
—Métemela toda —supliqué desesperado por su inacción.
Él se rió y escupió en mi entrada con la saliva recién calentada por el beso, se sintió aún mejor cuando su polla empezó a abrirse camino en mi entrada separándome las piernas. Solté un par de jadeos en cuanto su falo entero me estaba penetrando, se mantuvo quieto unos segundos y de la nada, empezó a embestirme sin control alguno, mi cuerpo fue tomado por sorpresa y mi entrada dolió unos instantes antes de que mis ojos se pusieran en blanco.
Sus caderas me golpeaban las nalgas con violencia y su pene me cogía con desesperación, los gemidos de mi boca eran imparables y constantes con mi primo cogiéndome con tanto poder sexual.
—¿Se siente rico, primito? —me preguntó atacando a mi próstata.
—Está riquísimo —respondí gimiendo y murmurando su nombre para conseguir excitarlo más.
—Ay, primito, ¿tanto me deseabas montado sobre ti? —dijo al escuchar como gemía por él.
Podía sentir los pegajoso del semen en su miembro pegado y estirándose en mi trasero con cada embestida, haciendo un sonido de chapoteo en la habitación que dejaba claro que Martín me estaba cogiendo a pelo como en uno de sus videos. Temí por un momento ser descubiertos, pero el momento consumió mi atención completamente.
Mi mente estaba enfocada solo en lo que él tenía mentido en mí, el placer más abrumante que había sentido y la satisfacción de haber logrado seducir a mi sexy primo para coger estaban en mi cabeza como un gemido de victoria. Nada iba a quitarme aquel momento, nada podía arruinarlo por más que lo intentaran, adoraba a mi primo y a su enorme verga.
—Esto nadie lo va a saber, si te voy a follar debes guardar el secreto, primito —dijo acercando su pecho a mi espalda por unos instantes para luego volver a la posición de 4.
—Mientras me folles no diré una sola palabra —acepté.
Desde luego que no diría nada, no sería solo un problema para él, también para mí, que la familia sepa que cogimos en la casa del abuelo no era algo que quería que supieran.
—Con este culo delicioso, te la ando metiendo diario —dijo con un tono pervertido y embistiéndome como un animal en celo.
Sentía que sus embestidas me llevaban al cielo, pero sabía bien que lo que estábamos haciendo estaba de cierto modo, mal. Aún con eso, no iba a detenerme, quería que me cogiera y eso estaba haciendo, y se sentía endemoniadamente delicioso sentirlo duro, caliente y pegajoso dentro de mí.
Puse los ojos en blanco por el poder con el que su polla me golpeaba en mi punto de mayor placer, quería correrme y rápido, pero quería sentirlo todo lo que podía antes de terminar con el maravilloso sexo que estábamos teniendo como buenos primos que éramos.
Martín ya se había corrido pero aún tenía ansias por follarme, se notaba en la forma en que manoseaba mis nalgas y restregaba su entrepierna en mi entrada con placer, gimiendo y moviéndose como caracol excitado.
—Martín, me voy a correr —dije después de masturbarme unos instantes.
—Yo también primito —dijo y me saco su verga sin previo aviso, me dio la vuelta y me sentó de nuevo en su regazo desnudo y caliente—. Hay que saborearnos bien.
Él se masturbo juntando nuestros miembros y jalándolos juntos, uno contra el otro y sin muchos problemas para provocar a ambas eyaculaciones coordinadas chorreando en nuestro cuerpo y saltando a mi cara y en su barba.
Martín se lamió la mano mojada con el semen y me chupó en mentón donde tenía rastros de mi eyaculación y la suya mezcladas, yo hice lo mismo con el semen que tenía en la barba y en su pecho, la forma de tocarnos se volvió muy íntima y confiada en momentos, yo podía tocar su cuerpo tanto quisiera y él lo disfrutaba.
Había tenido sexo con él y nunca me iba a arrepentir de ello, mi fantasía ya no lo era más, era ahora tan real que me hacía tener orgasmos en cada reunión familiar con el abuelo, mi madre siempre se preguntaba que hacía con Martín en la habitación, quizá jugábamos videojuegos, o veíamos porno mientras cogíamos, tal vez veíamos películas, o yo le hacía una mamada a ese miembro tan grande que tiene.
Ella no lo sabía y nadie lo iba a saber, solo nosotros dos cuando me follaba tan duro que me costaba guardarme los gemidos fuera del oído de los demás.
Solo éramos primos íntimos.